Interludio







En los bajos fondos de la neutral Zúrich, un grupo de artistas exiliados que frecuentaba el Cabaret Voltaire durante la guerra funda el movimiento Dada. Ante la magnitud de la catástrofe bélica, el concepto de humanidad pierde sentido. Lo bello es depreciado a una ilusa e hipócrita mentira. La verdad es fea e inhumana. Solo queda lo absurdo, sólo queda Dada.


Aunque anacrónica, me parece especialmente expresiva una cita del libro Cassandra: A Novel and Four Essays en la que Christa Wolf dilucida la angustia con la que vive la crisis nuclear de la Guerra Fría. Sus sensaciones debieron ser muy similares a las de los dadaístas:

«La realización de que la existencia física de todos nosotros depende de los vaivenes del pensamiento delirante de grupos muy pequeños –o sea, del azar– trastorna la estética clásica de una vez por todas, se cae de su soporte sujeto a las leyes de la razón. Sujeto por la creencia de que esas leyes existen porque deben existir.»


No es una cita de Christa Wolf la que acompaña la performance de Cabaret Voltaire, sino uno de los Aforismos del filósofo Ludwig Wittgenstein. En este aforismo, el filósofo expresa que a veces se siente incapaz de reconocer al humano en el humano. Como Wolf y los dadaístas, Wittgenstein reconoció la importancia de explorar los límites de la razón y del significado; dedicaría su vida a estudiar esos límites desde un punto de vista lingüístico.


Las circunstancias del filósofo durante los años del conflicto encarnan los entresijos de una Europa en guerra. A pesar de ser un austriaco que voluntariamente luchó en el ejército austriaco, pasó la mayor parte de su vida en Cambridge desde su llegada como estudiante en 1912. Su mentor y amigo, Bertrand Russell, fue encarcelado y destituido como profesor en Cambridge debido a su militancia pacifista. A pesar de su participación en la guerra, Wittgenstein declararía que León Tolstói, uno de los pacifistas más influyentes del siglo XIX, junto a Russell serían sus influencias más importantes.


Durante la guerra, Wittgenstein escribió una de las obras más influyentes de la filosofía del siglo XX, el Tractatus logico-philosoficus. El tratado es una enumeración ordenada de postulados lógicos con dos propósitos aparentes: analizar los límites de lo que el lenguaje puede expresar, y encontrar un sistema para determinar errores lingüísticos que puedan conducirnos a malentendidos. Para Wittgenstein el lenguaje es importante al ser el único medio por el que podemos expresar y compartir nuestra experiencia. Según el filósofo, el mundo no es sino una descripción de hechos, los cuales, a su vez, no son sino proposiciones verbales que relacionan cosas. Estas proposiciones verbales pertenecen a tres categorías: las sensatas, que constituyen el corpus de las ciencias naturales y del lenguaje ordinario; las carentes de sentido (Sinnlos), tautologías, contradicciones, proposiciones matemáticas de lógica, que reflejan los límites del lenguaje; y las sin sentido o absurdas (Unsinn), que no tienen significado. Wittgenstein argumentaría que la ética y la estética, debido a su naturaleza metafísica, pertenecen a la tercera categoría; no se puede hablar de ellas sino que solo se pueden experimentar como experiencias místicas.


Sin embargo, cuando Wittegenstein escribió a su amigo y editor Ludwig Von Ficker tras la publicación del Tractatus, sorprendentemente declararía:

«El propósito del libro es ético [refiriéndose al Tractatus]. En algún momento quise escribir unas palabras en el prólogo, que al final no incluí, pero que las escribo para ti en caso de que pudieran darte alguna pista: Quería escribir que mi libro consiste en dos partes: una que es la que está, y otra que no he escrito. Precisamente esta segunda parte es la importante. Pues la ética se delimita desde el interior, por así decir, mediante mi libro; y estoy convencido de que, estrictamente hablando, sólo así se puede delimitar.» (Jordi Fairhurst, «The Ethical Significance of the Tractatus Logico-Philosophicus» en Teorema Vol. X2, 2121, p. 151).

¿Esá Wittgenstein ladinamente evitando hablar de ética? ¿No es profundamente anti-ético de su parte tal postura en un momento tan crítico? ¿No se puede acaso describir la guerra como una colección de hechos? ¿No son precisamente esos hechos los que le impiden reconocer al humano en el humano? Incluso utilizando el tipo de “proposiciones sensatas” del Tractatus, los hechos de la guerra escapan a los límites de la lógica y de lo decible. ¿Cómo pueden y cómo no pueden ser las consecuencias de esta guerra juzgadas éticamente? ¿Quizás Wittgenstein pensaba que proposiciones éticas lingüísticamente incorrectas tuvieran algo que ver con el estallido de la guerra, e incluso enzarzarse en ellas podría empeorar la situación? ¿Realmente permanecer en silencio era la mejor opción? El último postulado del Tractatus es concluyente: «sobre lo que no se puede hablar, se debe guardar silencio...».


La imposibilidad de poder hablar de ética en un momento histórico tan significativo debió ser extremadamente frustrante para Wittgenstein. En un manuscrito que data de 1933 llamado Big Typescript confiesa:

«Como he dicho a menudo, la filosofía no me lleva a ninguna renuncia, puesto que no me abstengo de decir nada, sino que prescindo de una cierta combinación de palabras como carente de sentido. Pero en otro sentido la filosofía exige una renuncia, si bien del sentimiento, aunque no del intelecto. Y ésto es quizás lo que la hace tan difícil para muchos. Puede ser tan difícil no usar una expresión como contener las lágrimas, o un arrebato de cólera.»

La aguda inteligencia de Wittgenstein no le permitió trasgredir su máxima. De hecho, dedujo que la filosofía fundamentalmente deriva de errores lógico-lingüísticos que solo llevan al filósofo a transitar tortuosos vericuetos que no encaminan más que al punto de partida. Contundentemente concluyó que la filosofía no es sino un ejercicio terapéutico cuyo valor consiste en reconfortar, de cierta forma, al filósofo ayudándole a analizar su angustia y a discernir las falacias lógicas que le indujeron a su pesquisa.


En sus trabajo posteriores el filósofo recalibró la perspectiva monolítica del Tractactus con la que trataba de descodificar una esencia lingüística universal. En su lugar, desarrolló la teoría de los juegos de lenguaje por la que concluye que el significado se construye como si fueran las reglas consensuadas de un juego, de forma contingente y relativa al contexto en el que ocurre. Aunque esta perspectiva relativista aporta una mayor complejidad y riqueza analíticas, Wittgenstein permaneció en silencio sobre lo inefable.